El proyecto Latrodectus Mactans (Reporte número tres)
El veintisiete de marzo de dos mil uno, el señor Harrison contrajo el virus de la inmunodeficiencia humana. Al enterarse de ello, su vida fue un desastre: los seres vivos le parecían todos iguales y se entregó en su hogar al alcohol desmedido de cada día, tarde, noche. No quiso ningún medicamento oficial ni privado, ni nada que pudiera ayudarlo. A lo largo del día, maldecía a todo el mundo: a sus padres, (que en paz descansen), hijos dispersos, a su ex mujer con “el otro”, a los perros vagabundos, los gatos, las plantas, a las viejas, los jóvenes, etc. De él salía casi siempre una bola no pequeña de blasfemia; hasta Gandhi la ligaba, el Papa de turno, el “Che”, Sai Baba, los Stones y los Beatles. Se contagió, mediante sospecha, por una relación sexual-promiscua con una mujer apodada “Kimberly” que le había garantizado, como que se llamaba Rose, su salud en perfecto estado. “Estoy sanísima, ni me engripo”, le dijo antes del placer. ¡Y sí! De lo que no se cura el humano, es de la maldad.
Su vida transitó por varios meses así, sin rumbo: maldiciendo. Un día lo echaron del trabajo, se vio sin dinero, y estrelló nueve vasos de un juego de diez contra la pared. Al cabo de un año, su casa estaba desprovista de luz, agua, gas y se parecía al castillo del vampiro aunque con ocho metros de frente en plena urbe concentrada. Poco a poco, la propiedad se llenó de mugre, polvo, cenizas, mosquitos, moscas, insectos, arañas. Pero una de ellas, la más temible de todas, jamás la esperó de visitante, ni por las tapas; ni en la tapa de la olla que un día abrió sin saber por qué. Sin embargo, allí estaba: una viuda negra resentida por la muerte de su macho.
¿Qué puedo escribir para detallar el inmenso dolor de la picadura si con la telepatía nos alcanza?
En el hospital, los especialistas nombraban a la araña por su nombre: Latrodectus Mactans, como si eso cambiara algo la situación del paciente y, lo peor de todo, era que lo repetían hasta el cansancio. Pasó que un médico lo sabía suficientemente bien como para iniciar la cadena de palabras con el solo propósito de exhibicionismo enciclopédico. No se olviden de que, desde que la mujer trabaja en los hospitales, hasta el dolor causado por la picadura de una Latrodectus Mactans, puede ser el recurso de seducción usado por “algún” doctor mujeriego en su afán de impresionar a una colega recién egresada de la universidad.
La intervención sanitaria fue todo un éxito. ¡Viva la ciencia! El señor Harrison recobró su estado de ánimo habitual, volvió a su casa, buscó la araña con una linterna, la encontró y la mató de un zapatazo.
Ochos meses después, en el banco de una plaza, conversó de casualidad con el médico Salvatore que lo había atendido el día de la picadura. Como resultado, el señor Harrison volvió al hospital para hacerse un chequeo general: virus de la inmunodeficiencia humana (negativo). ¡Sí! Al señor Harrison se le había negativizado la afección de este virus bastante mortal. A raíz del hecho, Salvatore no dudó en formar un grupo humano de investigación llamado: Latrodectus Mactans Project. En el laboratorio, lleno de cosas simples, se trabajó sin cesar con su tecnología. Recuerdo haber visto una computadora de tamaños enormes, plagada de luces multicolores, que transfería datos a una pantalla negra; el resto de las cosas, ni vale la pena contárselas. En el día del resultado final, hasta la opinión pública estaba interesada, por lo que el doctor dio una conferencia abierta y televisada a la humanidad entera. Su rostro, acompañado de los de su equipo, lo decía todo: el veneno de la viuda negra no cura el HIV. Pero él, ante las circunstancias que lo condicionaban, tuvo que decir esto manejando pausas: “Después de arduo trabajo en el laboratorio, y quiero agradecer a mi equipo interdisciplinario por su desempeño, lucha y dedicación, concluimos que el veneno de la Latrodectus Mactans , más conocida como la araña viuda negra, lamentablemente, no cura el virus de la inmunodeficiencia humana, conocido como el virus del HIV”. E insólitamente agregó: “Es decir, no cura el SIDA”.
Dos años más tarde, el señor Harrison barría las hojas de la vereda de su casa cuando un anciano, desconocido, se le acercó hasta pegar su cuerpo contra el suyo.
“Yo sé qué curó su enfermedad”, le dijo. Harrison tomó distancia del hombre y arrojó la escoba al suelo sorprendido. “¿Qué fue?”, le retrucó. “Su HIV, o mejor dicho su dolor por el HIV, no lo curó el veneno de la araña, sino el dolor que le trajo más grande. Reabran el proyecto, hable con Salvatore”.
Pido a la base cambio de destino, este planeta es como mínimo insoportable.
ASHTAR SHERAN
COMANDANTE DE LA FLOTA DE LA CONFEDERACIÓN
La publicidad es también la de uno.
PD: (Espero que la historia les haya gustado)