martes, 26 de abril de 2011

La Persuasión

Ante todo, aclarar que el acto de persuadir no es el de manipular. La diferencia entre ambos, como guía de ética si se quiere, radica en que en la manipulación se busca sólo un beneficio (el del manipulador) en relación con un otro, mientras que en la persuasión, las dos partes salen beneficiadas. Citas sobre el tema abundan:

“El arte de persuadir guarda una relación necesaria con la manera en que los hombres asienten a lo que se les propone y con las condiciones de las cosas en que se les quiere hacer creer”.
Pascal

Precisamente, y en relación con la publicidad, el profesor español Ángel Benito ha dicho de la persuasión que “es la regla de oro de toda la publicidad bien hecha: en ella está su riesgo y su grandeza”.

Desde el rigor de la economía, J. K. Galbraith ha acusado a la publicidad de abusar de la persuasión. Nos señala, por ejemplo, que las necesidades de la gente son  el fruto de la producción. En sus palabras:

“Si sucediese que un hombre, al despertarse cada mañana, se viese asaltado por una legión de demonios que le inspirasen unas veces una pasión por las camisas de seda, otros grandes deseos de baterías de cocina, de grandes cazuelas o de naranjadas, habría razón plena para aplaudir los esfuerzos que se realizasen para hallar los bienes que cualesquieran que fuesen sus peculiares características aplacasen este fuego interno. Pero si esa pasión es el resultado de haber atraído primero a los demonios, y ocurre que los esfuerzos por apaciguarlos los excitan a una actividad cada vez mayor, será lógico poner en duda la cordura de la solución que se aplica al mal. Aunque se oponga a ello la actitud convencional, podría muy bien preguntarse si la solución consiste en obtener una mayor cantidad de bienes o en disminuir el número de demonios”.

¿Qué postura no?

Lo que plantea Galbraith nos remite a reflexionar una vez más sobre nosotros mismos como seres deseantes. Su postura es bastante exagerada.
“Se acusa a menudo a la publicidad de convertir los sueños en mercancía, pero hay que reconocer también que se trata de nuestros sueños: todos ellos son deseos humanos genuinos”.
Profesor Hugh Rank

Terminando: el lenguaje publicitario depende de la persuasión; ésta apoya y promueve actitudes humanas que requieran de un “enamoramiento”.



miércoles, 20 de abril de 2011

Un poco de Historia no viene mal

De acuerdo con las primeras crónicas, en 1898, nació la primera agencia de publicidad en Argentina. Fue fundada por un austríaco llamado Juan Ravenscroft, después de haber firmado un contrato con empresas ferroviarias inglesas que, en aquel momento, eran las propietarias de ese medio de transporte en el país.
El contrato firmado hacía referencia a la posibilidad de vender espacios publicitarios en las estaciones y vagones.
Ravenscroft fue el primero en nuestro país en hacerse llamar “agente de publicidad”.

Pero más allá de estos antecedentes, podemos hablar de cuatro etapas fundacionales:

Primera
Surgen emprendimientos publicitarios que luego se asentarían como agencias, el caso de Exitus, Aymará, Albatros, Cosmos.

Segunda
En 1929, llega la primera agencia extranjera J. Walter Thompson. Poco tiempo después arriban al país Mc Cann Erickson, Lintas.

Tercera
Generada por la aparición escalonada de agencias nacionales que luego muchas de ellas se perpetuarían en el tiempo: Ricardo De Luca, Yuste, Nexo.

En los 50, aparece Casares Grey, y más tarde David Ratto renovando radicalmente la creatividad argentina en los comienzos de los años 60.

Cuarta
En el último periodo hasta hoy, el país fue testigo del desembarco de organizaciones internacionales que, junto con el surgimiento en los 90 de una generación de creativos exitosos, marcaron el rumbo de la publicidad argentina hacia los escenarios más importantes del mundo.


martes, 12 de abril de 2011

Publicidad y Psicología, las dos P que sobrevivieron

La importancia de la Psicología en la Publicidad

Cuando en una investigación de mercado, un psicólogo coordina un grupo motivacional para analizar motivaciones, fantasías, temores en la elección de un producto o servicio, en pos de un diagnóstico de la situación comunicativa, tiene en cuenta, más allá de los motivos manifiestos, el tipo de palabras que los consumidores emplean, la entonación, puntuación, la forma de expresar determinados significados, las comparaciones, los gestos, etc. Es decir, todo lo que pueda decir más de lo que el consumidor dice, motivaciones profundas que el propio sujeto desconoce.

El complejo de Edipo

La pubertad marca que un individuo está en condiciones de encontrar un objeto sexual exterior, remarco y agrego: exterior, real y ajeno a la familia. Freud explica que este encuentro se viene gestando desde la etapa oral del bebé, en la cual el objeto erótico exterior (ajeno a su cuerpo) es el pecho de la madre; madre que, a su vez, será el modelo posterior de toda relación erótica.
Entonces, por la manera en que evoluciona la sexualidad desde el nacimiento, serán las inclinaciones del ser por un “x” objeto sexual. En resumen, este complejo es una fijación y, según su intensidad y cómo se la resuelva, será el objeto erótico que el ser buscará. La pubertad es el momento para dejar el complejo ya que, liberarse de él, es condición necesaria para ser adulto.

Para el análisis:


El narcisismo

Para P. Näcke, el narcisismo es el término que empleó para denominar la actitud del sujeto que toma como objeto sexual su propio cuerpo.
Según Freud, básicamente, se distinguen dos tipos de narcisismos:
-Perverso
-No Perverso
La conclusión es que una “x” capacidad de la libido adherida al propio cuerpo no implicaría un narcisismo perverso sino que, contrariamente, estaríamos en presencia del narcisismo capaz de proyectar el amor a objetos exteriores.

Para el análisis del presente tema, fíjese como la actitud detonante y narcisista del hombre reemplaza a decir un gran “pero” en esta campaña publicitaria:


Más información en.

martes, 5 de abril de 2011

La tercera historia cierra la campaña: “La publicidad es también la de uno”.

La Secta

Josué Blackwell, el líder de la secta “Hermanos de la Unión”, tomó la copa en su mano, abrió su boca; bebió la sangre. “La falta de espiritualidad es mundial”, dijo serio. “Les presento al líder suplente”, continuó. Éste, ciego, se la daba de independiente, de ilustre estudiante de la doctrina. Cuando algún devoto le hacía una pregunta medio rebuscada, el ciego respondía con mucha diplomacia aunque con cierto artilugio de defensa. Después, Josué peló un revólver y apuntando al cielo, ejecutó un tiro para darle a dios; matarlo, y lo mató. Así fue que se autoproclamó como el único titular de los cielos y las tierras. Se autodefinió como el técnico perfecto de las almas perdidas.
La secta estaba dividida en grupos, el equipo más fiel a su líder se llamaba “Revancha Estelar”. No obstante, había otros: “El arco del triunfo cósmico”, “El Visitante”, y uno que estaba entre las cejas del jefe, bien lejos de la punta: “Centro Solar”. El equipo delantero también lo miraba con recelo, pues todos querían ganarse la confianza del nuevo dios. La secta, bien organizada, contaba con un área de actividades delimitada en marcador de cal sobre el terreno para cada agrupación. Allí, cada cual, desarrollaba diversos talleres didácticos, funcionales a las intenciones directivas. Por momentos, el complejo espiritual parecía un típico instituto recreativo pero, ciertamente, no lo era. A la mañana, siempre antes de las once, los hombres hacían gimnasia intensa en pos de la salud, claro, sólo física. Los sábados debían nublarse para que la masa en fila practicara un curioso ejercicio al cual llamaban “La Red”. Consistía en lanzar redes a distancia sobre maniquíes, vaya uno a saber por qué…La oración irrumpía el silencio de los domingos.
Eran tantos los feligreses que las canciones se oían a setecientos metros a la redonda. La primera de todas, compuesta por el pianista estable de la secta, comenzaba con el sonido de un silbato. Afinado en Si, la insistencia de su uso en otros temas, tenía su causa por razones mágicas. Una melodía cantada decía así: “Si mi alma tiene apertura, no conoceré el descenso; si mi alma no se clausura, nunca habrá final”.
De cuando en cuando, como anécdota, Josué recordaba en público la vez en que tres personas del partido comunista, buscaban en vano a un compañero dentro de la congregación. “La política no es el camino”, decía con vehemencia. “Lo sabemos, líder, lo sabemos”, respondían cantando los seguidores acérrimos.
Pero sucedió, que a los seiscientos sesenta y seis días de la asunción divina, el líder participó directo de una revelación que venía en forma de aura, imperceptible para el mundo sectario; tenazmente desgarradora para él. Aquel día, Josué se convirtió en el hombre más serio del planeta, salió de su oficina, megáfono en mano, se paró en la puerta, caminó hacia la esquina de su complejo, miró a la comunidad activa de arriba a abajo; lloró. “Atención, Hermanos de la Unión, en este preciso momento, dios vuelve al cielo”, anunció. Sacó su arma con una rapidez tal que no hubo tiempo para nada más.
No vibró una sola cuerda vocal de aquellas canciones que interpretaban los trescientos treinta y tres miembros de la hermandad. La furia, como era de suponerse, se desató en breve: rompieron las instalaciones, quemaron el local de sahumerios, derribaron cuanto poste se les cruzaba por el camino, arrancaron el volante del micro; ni la valla que imagines, hubiera podido detener ese volcán humano en erupción. De inmediato, llegó la policía con una dotación colosal sin precedentes, cercaron la comunidad en cuestión de segundos y el comisario tomó la palabra con la ofensiva que ameritaba el caso: “¡Hagan silencio, si no quieren ir directo al penal, absoluta reserva, por dios!”

Gracias a todos por leerlas, Alejandro.