Existen varios métodos para la creatividad, pero en esta ocasión, voy a exponer sobre uno.
En 1972, James Webb Young, en “Técnicas de producción de ideas”, establece las siguientes etapas para la creatividad:
Primera fase de preparación, en la que se recoge la información relacionada con el problema.
Estamos habituados a nuestra manera mundana de pensar soluciones. Por ejemplo, los psicólogos llaman “fijación funcional” a la trampa de la rutina. Y es así, sólo vemos la forma obvia de solucionar un problema. Por otro lado, es muy importante que el creativo esté informado de todo lo que lo rodea. Y todo es todo. A mayor información, mayor posibilidad de generar alguna idea.
Segunda fase de incubación, en la que el problema se digiere con lentitud y hay que anotar todo lo que salga, a esto se lo llama “tirar puntas”. Así debería ser, porque de estas puntas puede surgir la idea. En esta fase, el inconsciente está muy activo y funciona como el verdadero almacén de lo que sabés y conocés, incluye también informaciones que no podés evocar con rapidez a nivel consciente.
Tercera fase de inmersión, en la que olvidarse del tema está muy bien. Nuestra mente, ocupada en muchas cosas y controlada, merece un escape. Supóngase que la idea aún no surgió, entonces, se puede soñar despierto, pensar en algo placentero, etc. De todas formas, el inconsciente sigue ocupado en el trabajo asignado.
Cuarta fase de iluminación, en la que la idea surge en el momento y lugar tal vez menos esperados. Es la respuesta salida de la nada y, por ende, la fase de la gloria creativa.
Quinta fase de concreción, en la que terminamos de volar para aterrizar en la realidad.
Aunque una idea puede morir, por ejemplo, por razones técnicas, de producción, o tal vez alguien ve algo desfavorable en ella que nosotros no vemos, se debe concretar esa idea para que sea un acto creativo real en el caso que no tuviera ningún obstáculo.
Sin embargo, el proceso creativo no es tan lineal como cíclico o recurrente. El número de recurrencias, en cada fase del proceso, depende de la profundidad y la amplitud del problema que se aborda y de la habilidad mental, los conocimientos y la personalidad de la persona. Más que nunca, vale decir que cada persona es única e irrepetible.
Aleluya.